domingo, 30 de octubre de 2011

EL BURRO DE CANDELARIO



Candelario tenía un burro, tal vez el más singular de los asnos. Se llamaba Matusalén porque según su decir le sirvió al patriarca durante los 969 años de su vida y estaba destinado a no morir toda vez que en él habría de montar al Mesías cuando volviese a la tierra.

Ese burro, según solía contar el viejo Candelario a sus vecinos de La Alameda de Ciudad Bolívar, era el mismo creado por Dios al sexto día de la creación; el mismo salvado por Noé, abuelo de Matusalén, a bordo de la sobreviviente barca del Diluvio y el mismo utilizado por Cristo para hacer su entrada en Jerusalén. Aseguraba el viejo Candelario, que cuando Jesús llegó a la antigua capital de Judea, lo hizo en un burro y no en una burra como muchos especulan.

Es el mismo burro en que Sileno acompañaba a Dioniso en sus largos viajes. Un burro inteligente, nada torpe. Rechazaba Candelario la especie tan creída y difundida que coloca al jumento entre los animales torpes de los solípedos, aduciendo que ese cuento lo inventaron los romanos para enaltecer hasta el extremo la nobleza del caballo.

Por otra parte, Candelario atribuía a este burro el descubrimiento de la Primavera Eterna que les había prometido Dios a los romanos. Al parecer fue el burro de Sileno el que descubrió en Guayana la eterna primavera, pues el burro del sátiro Sileno, protegido de Dioniso, cometió la equivocación cuando luego de un largo viaje, acaso por cansancio o borrachera, hizo escala en Guayana y se dejo tentar por las aguas oscuras del Caroní creyendo que era vino lo que corría como torrentera hasta agotarse en el Orinoco.

Sileno fue rescatado por Midas quien también había llegado a Guayana en busca de fortuna. Sabedor Dioniso de lo bien que se había portado Midas con Sileno quiso recompensarlo y le pidió que eligiera un deseo. “Que todo cuanto toque se convierta en oro”, eligió Midas y así le fue concedido, pero pronto se arrepintió pues hasta el agua y la comida se le transformaban en oro. Para librarse del encanto, Dioniso atendió su súplica y le dijo que se bañara en las aguas del Yuruari con lo cual quedó liberado. Se decía después que debido a ello, las arenas del Yuruari quedaron saturadas de oro.

Desde entonces, el burro Matusalén comenzó a trotar estas tierras septentrionales del continente hasta llegar a manos de Candelario, quien lo heredó como un precioso e inextinguible bien a su vez heredado en consecutivas sucesiones por sus antepasados remotos. Se decía que las orejas del burro eran las propias de Midas, castigo de Apolo por no haber apreciado las tonalidades de su lira.

El burro de Candelario, no obstante su estirpe y alucinantes leyendas, prestó importantes servicios a la ciudad. Llegó a cargar agua y arena de la Cocuyera muchos antes de que Georges Underhill instalara el acueducto de la ciudad, así como leña para la Planta Eléctrica de vapor que sustituyó los románticos faroles de Angostura. Pero el burro de Candelario tenía un defecto que molestaba a las damas y mozas encopetadas y era que ensuciaba las calles y de vez en cuando destapaba su estuche para mostrar sin vergüenza los más tangible y rotundo de su ser.

El Alcalde, vista la circunstancia del animal, obligó a Candelario colocarle pañales cada vez que saliera con su jumento. Candelario resistió la orden y confinó a Matusalén hasta mejor ocasión en los predios de la Laguna El Porvenir, justo en los pastizales de Paravisini

Un cambio de gobierno permitió a Candelario rescatar su burro para por lo menos pasear los domingos y trasladarse a la ciudad pues vivía en Los Morichales. Pero el borrico durante su tiempo de confinamiento se había hecho aficionado a la música de tanto que le llegaba el rumboso sonido desde la Ciudad Perdida de suerte que cada vez que escuchaba música grabada o en vivo venida de algún lugar, se negaba a reanudar la marcha hasta que terminara. Un día, Candelario decidió llevar a su Platero a disfrutar la retreta y éste, no satisfecho con escucharla como todos los demás, entró a la Plaza Pública y se puso con su batuta a dirigir la orquesta.

Al día siguiente, Candelario que había decidido trabajar la tierra, se vino al Casco Histórico por un crédito que le había otorgado el Instituto Agrícola y Pecuario. Después de cobrarlo se relajó dando vueltas por la ciudad. De pronto sintió ganas de animarse y entró a la Cantina La Isla. Ya de regreso y con el Sol transfigurado en crepúsculo no aguantó el trote del burro y se puso a descansar bajo la exuberancia de una Ceiba. Cuando el Astro Rey reapareció encandilando su rostro, sintió un cosquilleo en el lado de la faltriquera. Entonces vio cómo el burro tenía pedazos de billetes en el hocico y rebuznaba con deleite.

Candelario se sintió sumamente enojado y casi que muere de la frustración.  Lo cierto es que no se supo más del garañón hasta que se corrió la noticia según la cual un guayanés que estudiaba en México dijo a su regreso que lo había visto en el mexicano pueblo de Otumba, donde los asnos ocupan un lugar distinguido. Los angostureños no supieron jamás cómo y por obra y gracia de quién, Matusalén llegó hasta allá.




sábado, 29 de octubre de 2011

EL BESO DE LA VIDA

Un gato siamés, llamado Milungo, fue el único heredero de una fortuna de 50.000 dólares dejada al morir por una anciana, viuda de un norteamericano que vivió en Angostura en tiempos de Mene Grande Oil Company.
 La señora Mara falleció un día de abril dejando en Florida su casa y sus acciones al gato, el cual quedó al cuidado de su gran amiga la señora Genoveva, quien recibió alquiler gratis mientras vivió Milungo. Después de morir el gato -eso decía el testamento- la fortuna debía pasar a ella o a sus hijos si los llegara a tener. Pero la señora Genoveva nunca tuvo hijos ni se interesó en casarse, pues todo su tiempo y su amor los dedicaba al gato.

Milungo rebasó el promedió de vida de los gatos. Vivió un poco más de quince años. Murió de viejo y después que su nueva ama lo llevó al restaurante “Animal Gourmet”, único de su tipo, donde solía degustar sabrosos platos el día de su cumpleaños.

La señora Genoveva se había encariñado tanto con el gato que después de muerto no podía vivir sin él por lo que para llenar el vació, un vecino, también amigo de los gatos, le aconsejó se buscara un sustituto de la misma raza.

Un día de marzo, leyendo la prensa, se interesó por “Squeak”, un gato siamés, que había hecho cinco cruces trasatlánticos en dos días. Estaba siendo embarcado desde Londres a Chicago cuando se perdió en el departamento de carga. Squeak no fue encontrado hasta que el avión regresó a Londres, luego a Montreal, más tarde a Londres. El gato fue alimentado y enviado por quinta vez a través del Atlántico y se reunió con su propietario en Chicago, a donde viajo la señora Genoveva para comprarlo con parte de la herencia que a esa altura ya se había multiplicado por efecto de los dividendos.

Squeak era lo que se conoce como un gato real de Siam, con cabeza, cola y patas color chocolate oscuro, y el resto del cuerpo más claro. Pero según el veterinario que periódicamente lo chequeaba, le hacía falta un compañero, por lo que Genoveva no vaciló he hizo traer de la tienda de animales de Roy Tutt, un gato de vello extremadamente largo y suave llamado “Match” con el cual Squeak parecía llevársela bien. Match era una gata de Angora, vale decir, originario de Ankara, capital de Turquía, y la cogió por treparse en el tejado, atraído por una gata cartuja del vecino, con la cual a la larga tuvo dos lindos gatitos. El vecino, quien al parecer sabía mucho de gatos, sorprendió a la señora Genoveva con la novedad manifestándole su contento, pues loa gatitos eran persa en razón del cruce de razas y le prometió uno tan pronto la madre dejara de amamantarlos. Así ocurrió y la señora Genoveva llegó a tener una familia de tres gatos que llegó a aumentar a cuatro con “Minino” un venezolano de color atigrado que le mandó de regaló el señor Hoyt Sherman desde Guayana, al enterarse de la muerte de Milungo, de la esposa de su antiguo amigo de la Mene Grande.

El criollo felino tenía unos ojos de color naranja que deslumbraban en la oscuridad y unos bigotes que parecían antenas. Era buen cazador, y desde los gruesos muros y azoteas de las viejas casa angostureñas por donde se la pasaba día y noche a disgustos de su amo, mantenía a raya a los roedores de los predios cercanos. Pero, ahora en Florida, era distinto. Aquí disfrutaba una vida moderna de consentimiento, bien alimentado, y sin necesidad de andar corriendo detrás de las ratas que llegaban de Europa en los barcos de la Real Holandesa.

Los cuatro animales que habrían sido cinco si no hubiese muerto Milungo, disponían de un cuarto exclusivo para ellos en la casa de Florida. La habitación, decorada a lo Walt Disney, tenía una puerta gatera por donde entraban y salían a su antojo, y en cada rincón un almohadón que hacía las veces de cama. En otro lugar afuera se les servía la comida a base de carne y pescados alternos dos veces al día y agua continuamente limpia y fresca. Eran gatos inteligentes que se habituaron rápidamente a las costumbres de la señora Genoveva, quien los sacaba a pasear y el día de su cumpleaños, pues cada cual tenía su pedegree, los llevaba al “Animal Gourmet” donde la vida perruna y gatuna se veía muy bien gratificada, pues allí ofrecían para ellos bistés, quiso de riñón, pasta de hígado, cóctel de langostinos, filet de pescado hervido, comidas fría y la infaltable torta individual de cumpleaños a base de hígado y alimento concentrado, nevada con leche en polvo y decorada con artísticos acanalados en azul o rosa, y el nombre del cumpleañero.

Cada día la señora Genoveva amaba más a su familia gatuna e interesada por el origen, raza, costumbres, mitos y leyendas de esta menuda familia de los felinos, procuró literatura especializada que la remontaron hasta la época del Diluvio cuando según la leyenda hebrea el patriarca Noé, desesperado por las ratas y ratones que consumían sus provisiones, rogó protección divina y Dios le envió al León. El Rey de la selva estornudó y de su nariz salieron pequeños gatitos que enseguida comenzaron a cazar.

Otra versión más próxima a la realidad le decía a la señora Genoveva que el gato de nuestros días, proviene del gato enguantado al que los egipcios adoraban como divinidad. Este félido era objeto de culto, especialmente en Bubasti, ciudad consagrada a la diosa Bastet, que tenía cabeza de gato. Según el historiador Heródoto, cuando en Egipto estallaba un incendio, o había una catástrofe, lo primero que hacían era salvar a los gatos. Inclusive, si algún habitante mataba uno de estos felinos, se le condenaba a muerte. Los cadáveres de los gatos eran embalsamados y enterrados con gran pompa.

Este singular hermano menor del Tigre, de la Pantera, del Puma y del León, se conoce en Europa desde antes de Cristo. Griegos y romanos lo criaban con finalidades prácticas: cazar los ratones que infectaban a sus ciudades y producían grandes epidemias.

La señora Genoveva, además de querer mucho a los menudos felinos, se afligía hasta el extremo de enfermarse cuando ocurrían en cualquier parte del mundo problemas de salud física o espiritual que tuvieran que ver con los gatos. Una vez demandó a una Bruja que los utilizaba en ritos satánicos e interesó a la Fundación Purina, una de las organizaciones privadas más importantes de España dedicada al respeto y cuidado de los animales domésticos y con la cual tenía comunicación permanente, para que emprendiera una cruzada contra unos camuflados restaurantes de Hong Kong, especializados en manjares a base de carne de gato, perro y serpiente, con propaganda según a cual, el estofado de perro, la serpiente frita o la sopa de gato, protege contra los resfríos y aumenta la potencia sexual.

Cunado en Bolivia la temible fiebre hemorrágica trasmitida por ratones, diezmaba a los habitantes de pequeñas localidades en las selvas del noreste, la señora Genoveva pensó seriamente en darle a su vida y a sus gatos una orientación menos apegada a la molicie, más altruista y humanitaria. Así que se comunicó con la Embajada de Bolivia y puso a disposición sus gatos para que fueran enrolados en el ejército gatuno que, según la prensa, estaban preparando en el altiplano para aerotransportarlo a las zonas afectadas y darle la batalla a los ratones. Estos roedores portaban el virus causante del ”Machupo” como los lugareños llamaban a la temible enfermedad que mataba en quince días.

La Embajada boliviana no vaciló y hizo todos los preparativos para enrolar al cuarteto gatuno, el cual fue aclimatado a la temperatura tropical donde el mal se hacía presente al tiempo que adiestrado para enseñarlos a cazar roedores. Allí mismo el cuarteo fue usado como semental para aumentar la población felina toda vez que se necesitaba un gato por cada vivienda.

Los gatos cumplieron su misión como soldados de primera línea en esta guerra raticida que a la postre resultó tan efectiva como una vacuna. Luego, con distinciones que la señora Genoveva fue a recibir a La Paz, el cuarteto gatuno regresó a su anterior y sosegada vida de molicie en Florida hasta que la señora Genoveva, optimista por el buen papel que habían hecho sus gatos en Bolivia, muy destacadamente el gato Minino de Angostura, decidió enviarlo a Venecia, la tierra natal de su testadora donde por falta de gatos cazadores, 600 policías municipales habían sido movilizados para combatir una invasión de ratas.

La señora Genoveva tenían pensado enviarlos luego a Brasil, donde según las estadísticas del Ministerio de Salud existían 270 millones de ratas, un promedio de tres por habitantes, pero sus gatos de buena raza transformados por obra y necesidad de los bolivianos en hábiles cazadores, no tuvieron suerte, pues las ratas venecianas eran demasiado grandes y con dientes tan afilados que terminaron por devorarlos a ellos. Sólo Minino, como se llamaba el gato atigrado de Angostura pudo salvarse al correr velozmente y treparse en a cúpula más alta de la Catedral de San Marcos, de donde no se atrevía a bajar.

Una brigada de bomberos luchó durante una hora por rescatarlo, pero tuvo que abandonar la tarea debido a que su escalera de incendio no alcanzaba y a otras dificultades propias de la hermosa cúpula de estilo oriental que hacía imposible la operación salvadora.

Pero un trapecista de circo trepó hasta cierto punto y logró enlazar al gato luego de tres intentos, pero con tan mala suerte que el lazo quedó estrangulando el cuello del Minino.

Actuando rápidamente un activista de la Sociedad de Prevención de Crueldad para con los animales, se hizo cargo del caso. Cuando falló el masaje del corazón, aplicó a Minino el llamado “beso de la vida” y quedó salvado para disfrutar con su putativa madre Genoveva, de las vidas que le quedaban.